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El origen de los Juegos Olímpicos

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Según la mitología, Zeus disparó un rayo en el sitio donde quería que se le adorase. Entonces, la gente le levantó un templo ahí y allí era donde llevaban las ofrendas hacía el dios, y se le hizo una pira. Para encender la pira, se hacía un carrera, y quién ganara la carrera, al final tenía el prestigio y honor de encender la pira, así es el origen de los juegos olímpicos.

Las Olimpiadas son, en realidad, festivales de fraternidad helénica. Las primeras demostraciones deportivas tuvieron lugar en Olimpia, en el Peloponeso. Tanto la ciudad como los juegos reciben su nombre en honor de Zeus Olímpico, a quien se asignaba como morada el monte Olimpo, la montaña más elevada de Grecia.

Olimpia era sagrada por los Juegos y por los ritos religiosos vinculados con las Olimpiadas, de modo que los tesoros podían ser depositados tanto allí como en Delfos. Los representantes de diversas ciudades-Estado se reunían allí aunque estuvieran en guerra, por lo que también era como territorio neutral. Durante los Juegos Olímpicos las guerras se suspendían temporalmente para que los griegos pudieran viajar a Olimpia y volver de ella en paz. Esta tregua sagrada recibía el nombre de Ekekheiria.

Temporada que duraban las Olimpiadas

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Al principio los juegos duraban solo un día, pero posteriormente se pasaron hasta tres, y más tarde se ampliaron hasta cinco días. Se celebraban en verano, y se considera que dieron comienzo en el 776 a. C., debido a que es en ese año cuando aparece por primera vez la lista de los ganadores de torneos. A partir de ese momento se celebraron oficialmente cada cuatro años.

Ganadores

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Los ganadores no recibían dinero ni ningún premio valioso, pero obtenían mucho honor y fama. Para simbolizar el honor, se entregaba una guirnalda al ganador. Normalmente estaba hecha de hojas de olivo, mientras que en los juegos Píticos se hacía de laurel, en honor al dios Apolo. También ganaban el derecho a tener una estatua pequeña que le simbolizase en Olimpia, y no tenían que pagar impuestos.

Los campeones olímpicos en la Antigua Grecia, realmente disfrutaban su triunfo y prestigio. En sus ciudades natales se hacían estatuas de ellos y se les componían poemas. Cuando volvían vencedores se les recibía de modo triunfal, como a héroes, con un desfile por las calles. Llegaban a adquirir una faceta casi divina, y algunos incluso se convirtieron en personajes míticos, que luegos fueron venerados después de muertos. El campeón podía vivir a cuenta del Estado durante el resto de su vida. Además, representaba nuevos valores no asociados a la sangre o el linaje: un campeón no necesitaba ser aristócrata, sino que bastaba con que fuera ciudadano griego y no hubiera cometido ningún delito. Lo que no podía ser, desde luego, era mujer. Las casadas no podían competir ni tampoco presenciar los juegos o entrar siquiera al recinto olímpico. Las solteras podían ser espectadoras, pero no participar.

Las mujeres y los Juegos Olímpicos

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Las casadas no podían competir ni atender a los juegos, no podían ni siquiera pisar el estadio donde se celebraban. Algunas mujeres desafiaban la prohibición y asistían vestidas de hombre, arriesgándose así a ser arrojadas desde la montaña Tipeón. Se cuenta la historia de una madre que violó las normas para ver a su hijo y, disfrazada con una túnica de entrenador, entró a presenciar los juegos. Al abrazar a su hijo fue descubierta, pero pudo librarse de la pena de muerte con la que se hubiera castigado su desobediencia de no haber resultado ser madre, hija y hermana de campeones olímpicos.

Había, sin embargo, carreras para mujeres, las más famosas de las cuales fueron las celebradas en el estadio Olímpico en honor a Hera, diosa de la fecundidad. Estos juegos solían tener lugar en septiembre, poco después de los masculinos. La vencedora recibía una corona de laurel y un trozo de la vaca sacrificada a la diosa junto con el derecho de tener un retrato suyo en el templo.

Entrenamiento

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El entrenamiento físico de los jóvenes tenía gran importancia para los griegos, pues la mayor perfección se encontraba en el cuerpo de un adolescente y había que ejercitarlo hasta sus límites para conseguir así, aún más belleza. Cuando los niños cumplían doce años se metían en la palestra, donde aprendían disciplina y desarrollaban sus músculos. Cuatro años más tarde se entrenaban en gimnasios, lugares que contaban con una pista y con zonas al aire libre entre los bosques. La formación terminaba a los 20 años. Entonces se les entregaban las armas y se los consideraba preparados para participar en los Juegos.

La mayoría de ellos optaban por competir desnudos, untados con aceite de oliva y depilados, como una manera de mostrar con orgullo su excelente forma física. Había gran competencia entre todas las ciudades, los atletas competían a título individual no representando a ningún país ni formando equipo o bien representaban su ciudad. El esfuerzo que ponían era tan extremos que a veces los atletas dañaban su salud o llegaban a morir de agotamiento.

Al principio la única competición fue una carrera de unos 190 metros en las inmediaciones de la ciudad, pero con el tiempo las pruebas se ampliaron. El entrenamiento llegó a ser muy polifacético, aunque el deporte preferido era la competición quíntuple, similar al pentatlón actual. Constaba de lucha, carrera, lanzamiento de jabalina, salto de longitud y lanzamiento de disco. También había carreras de carros, con cocheros llamados aurigas, y el deporte más violento de todos: el pancracio, mezcla de boxeo y lucha libre en el que todo estaba permitido excepto romper los dedos, sacar los ojos o morder.

Trampas y transgresiones

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Las trampas eran gravemente castigadas. Salir antes de tiempo significaba recibir latigazos por parte del mastigóforo o azotador, situado junto al juez. Además a los tramposos se les hacía pagar una multa que luego se usaba para financiar estatuas de bronce en honor a Zeus. Las estatuas eran después colocadas en el camino que llevaba al estadio, para que todo el mundo pudiera leer en ellas el nombre grabado del tramposo y la falta cometida. Si era el atleta el que se consideraba perjudicado por un fallo injusto de los jueces, podía reclamar al senado de Olimpia. En caso de que lograra demostrar que la decisión no era justa, el juez era castigado; de lo contrario, lo era el atleta.

Jueces y árbitros

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Los árbitros o jueces eran magistrados llamados helanódices. Sus funciones comenzaban diez meses antes de las Olimpiadas pues debían comprobar que los atletas inscritos reunían las condiciones requeridas. Debían organizar las competiciones, revisar el estado de las instalaciones, presidir tanto las pruebas como las festividades, proclamar a los vencedores, otorgar los premios y hacer los sacrificios. Podían ser reelegidos, y aquel que intentara sobornar a un juez o a un oponente era castigado con azotes.

Después de la competición se anunciaba el nombre del ganador, al que el juez ponía una palma en las manos mientras era aclamado por la multitud y recibía una lluvia de flores. Entonces le ataban cintas rojas a la cabeza, que era un símbolo de victoria. El último día, en el vestíbulo del templo de Zeus, se hacía entrega de los premios, momento en que el campeón recibía la corona de olivo, llamada kotinos.

El público y otros juegos

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Los juegos, para los que no se vendían entradas, estaban abiertos a todos los griegos, y quienes acudían a Olimpia llevaban un animal que luego era sacrificado en honor a Zeus. Los propios atletas sacrificaban cerdos. La gente venía de todas partes para presenciar las olimpiadas o intervenir en ellas. De hecho, dar permiso a una ciudad para tomar parte en los Juegos equivalía a ser considerada oficialmente como griega. Mucha gente venía de distintos sitios solo para presenciar los Juegos Olímpicos. Se levantaban carpas y casetas, pero era tanta la multitud de espectadores allí juntada que muchos tenían que dormir al aire libre.

Había también otros juegos importantes en los que participaban todos los griegos, pero fueron creados dos siglos después de la primera Olimpiada. Entre ellos estaban los Juegos Píticos, que se realizaban en Delfos cada cuatro años, en medio de cada Olimpiada; los Juegos Ístmicos, en el golfo de Corinto, y los Nemeos, que tenían lugar en Nemea. Los dos últimos se celebraban con intervalos de dos años.

También se realizaban a veces torneos musicales y literarios, pues los griegos valoraban estas artes con mucho respeto.

El fin de los tradicionales juegos olímpicos

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No hubo ninguna interrupción en la celebración de las Olimpiadas hasta el 393, cuando el emperador Teodosio las suprimió. El dominio de Grecia por parte del Imperio Romano había cambiado mucho los Juegos, y estos habían dejado de tener sentido. La victoria se buscaba sin escrúpulos y las pruebas estaban repletas de violencia y crueldad, puesto que se integraron luchas entre gladiadores y fieras. Los atletas habían pasado a ser esclavos o profesionales, y las recompensas eran materiales, lo que terminó por corromper el viejo espíritu olímpico.

El nuevo comienzo

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Los Juegos volvieron a celebrarse a partir de 1896. Su promotor fue el francés Pierre de Fredy, barón de Coubertin. Para la construcción del nuevo estadio de Atenas se utilizó mármol de las canteras del monte Pentélico, de las que, siglos antes, se había extraído la piedra para construir el Partenón. Fue entonces cuando se organizó la primera carrera olímpica de maratón, prueba que conmemora la batalla de los griegos contra los persas en el 490 a. C., cuando el mensajero que traía la buena nueva de la victoria cayó muerto tras haber recorrido los 42 kilómetros que separaban Atenas de la llanura de Maratón. La prueba no existía en los antiguos juegos. No se celebró hasta el 14 de abril de 1896.

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