Historia del Partido Comunista Paraguayo (1928-1990)/Era Moriniguista/Intelectuales

Los estudiantes, los intelecuales y el partido comunista editar

El tradicional arraigo de la izquierda revolucionaria en el medio estudiantil y entre los intelectuales y artistas, tuvo mucha significación en el escenario de la lucha contra la dictadura de Higinio Morínigo. Los jóvenes comunistas eran conocidos por su abnegación al servicio de la causa juvenil y popular. Todos hablaban de Humberto Solano y de Salomón Sirota, Nadie desconocía a Félix H. Agüero, a quien todos querían emular. La juventud estudiosa no solamente hablaba de su destino mártir con respeto y cariño, sino también enaltecía sus cualidades de relacionamiento fácil y natural con diversos sectores de la juventud y hasta su don de fino ejecutor del piano que le servía para atraer y revertir sanamente a sus amigos y camaradas, hombres y mujeres.

Jóvenes comunistas como Antonio Maidana, Alfredo Alcorta, Alfonso Guerra, José Chilavert, Efraín Morel, César Delmás, Efraín Ibáñez, y muchos otros se distinguían en las lides estudiantiles y democráticas, desde la Unión de Magisterio o la Federación de Estudiantes Secundarios del Paraguay (FESP), promoviendo movilizaciones en apoyo del laicismo en la enseñanza y contra los planes de estudios obsoletos, al mismo tiempo que acompañaban la lucha de todo el pueblo por la democracia, basado en los amplios y progresistas principios de la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918.

En el ambiente universitario, si bien el partido no llegó a tener un arraigo significativo, sin embargo, la influencia de su justa línea de unidad amplia contra la dictadura y contra el eje nazi-fascista, permitió y abrió el camino para que intelectuales de valía, independientes o pertenecientes a otros sectores políticos escucharan con respeto y estima las opiniones de los comunistas sobre la común tarea de derrotar a la tiranía moriniguista. Por lo demás, algunos de los dirigentes históricos del partido, de sólida formación intelectual, gozaban de indudable simpatía y aprecio por parte de los no comunistas.

Petitorio por la Asamblea Nacional Constituyente. Un acontecimiento de profunda significación por su alcance político, fruto indudable de la revolución acelerada de la conciencia nacional antidictatorial y el ansia de libertad fue el célebre petitorio, elevado por la intelectualidad, el estudiantado y los profesionales, el Poder Ejecutivo, solicitando la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. Esto ocurría en el correr del año 1944. Encabezaba el petitorio el nombre del rector de la Universidad Nacional, profesor doctor Juan Boggino, conocido militante democrático y antifascista. Con prepotente brutalidad el histórico documento fue rechazado. La respuesta del gobierno fue la persecución y el destierro de muchos de los firmantes y una gran campaña de infundios por parte de la tristemente célebre DENAPRO (Departamento Nacional de Prensa y Propaganda), bajo la dirección de W. Chávez, antecedente de la no menos famosa Secretaría de Informaciones y Cultura de la Presidencia de la República, de la era stroniana.

Un artículo editorial del orna no oficial de la dictadura moriniguista, «El Paraguayo», dirigida por Manuel Bernardes y publicada en esos días, se, titulaba: «Los irremediables fracasos de la oposición reaccionaria les sugieren los más originales métodos de subversión política e institucional». Como se ve, un petitorio legal, conforme a la Carta Política del 40, era considerado subversivo. A pesar de la respuesta brutal y ladina, puede decirse que la presentación de este petitorio fue el comienzo del fin de la dictadura. Desde entonces, con creciente intensidad, en cuantos actos unitarios se realizaban, en cuantas presentaciones sectoriales se hacían, invariablemente se hacía constar la exigencia nacional de la Constituyente. Era una expresión de que tal reivindicación política había hecho carne en la conciencia de toda la nación.

El trabajo en él sector artístico. El trabajo del Partido Comunista Paraguayo en el sector del arte en el período que tratamos no puede pasarse de largo. La figura soñera del camarada José Asunción Flores, padre de la Guarania, música nacional por antonomasia, llena por sí sola un vasto espacio del arte musical de nuestra patria, lo que se ha constituido en factor aglutinante de primera calidad de generaciones enteras de músicos, que lo admiran y lo respetan, igual que todo el pueblo paraguayo. Su «arte comprometido», que quiere servir y ha servido a la causa de la libertad, en todo tiempo, contribuyó notablemente para la formación de la conciencia nacional antidictatorial, no solamente en el ámbito de los cultores de la música, sino en el escenario amplio de la patria toda. Recordemos -entre muchas otras- la trascendente actitud cívica de Flores cuando el gobierno de Chávez pretendió distinguirlo con una condecoración que él rechazó pública e indignamente, en protesta por el reciente asesinato, en tortura, de Mariano R. Alonso y en homenaje al pueblo paraguayo, reprimido y ultrajado por la dictadura, en su lucha frontal por la recuperación de la libertad y la democracia escamoteadas. Este solo hecho, tal vez, represente más que años de denuncias para fijar la atención del pueblo sobre el carácter de la dictadura.

A su lado, al calor de su altruismo camaraderil, se han formado y se han consolidado artísticamente, también glorias del arte musical y líricos, vanos miembros del partido, como Carlos Lara Bareiro (director-compositor), Francisco Alvarenga (músico-compositor), Emilio Vaesken (tenor) y otros.

Hay que mencionar también que hasta mediados de la década de los 50, el partido trabajaba con éxito en la Asociación de Músicos del Paraguay, donde funcionaba una célula comunista de vanos miembros.

En el campo de la literatura, lo mismo que en el de la formación intelectual en disciplinas científicas o especulativas, nunca hubo un trabajo consciente, deliberado, del partido. Pareciera que fuese, lo que se dice, «harina de otro costal». Gran equivocación o subestimación de la importancia trascendental de los intelectuales, literatos, artistas, filósofos, sociólogos, etcétera, en la estructura social de los países del «tercer mundo», por el papel que representan en la lucha política por la democracia y las transformaciones profundas de la sociedad.

De tamaña importancia es la función de los cuadros intelectuales en el momento que el partido, en las nuevas condiciones de la apertura política, debe ganar a las masas para sus propuestas, en abierta competencia con valores intelectuales de otros signos ideológicos y políticos.

Los comunistas, por la misión histórica que se proponen, necesariamente deben esforzarse por asimilar la cultura universal. Los clásicos han enseñado que el comunismo, al proponerse la transformación cualitativa de la sociedad, debe dominar lo mejor que se ha creado en la humanidad en el terreno de la cultura en general.

A pesar de la deficiencia señalada en el trabajo de dirección de la cultura, hay camaradas que imbuidos del humanismo socialista e impulsados por sus tendencias personales, fructificaron como cultores, mundialmente reconocidos, en el campo literario. Son los casos de Herib Campos Cervera y Elvio Romero, cuyos nombres han traspasado las fronteras nacionales para formar parte de la constelación universal de las letras en el campo de la poesía. Las obras de Romero, más de 12 volúmenes, han sido traducidas a varios idiomas. Campos Cervera, que murió en 1953, produjo menos, lógicamente, pero su temario «Cenizas redimidas» es de antología universal. También Carmen Soler es producto de su propio esfuerzo y su poesía de hondo contenido social, ha conocido la versión traducida a otras lenguas.

Otros compañeros, trabajando con tesonera voluntad y dedicación, han ganado el reconocimiento y la consideración no sólo de sus pares, sino también, y especialmente, de los sectores progresistas, de la nación, como los poetas: Santiago Dimas Aranda, Luis María Martínez, Félix de Guarania, Victorio Suárez y otros, galardonados ellos con premios y menciones de honor y sus producciones ampliamente difundidas.


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