Historia de Al-Andalus/La Edad de Oro de al-Ándalus: el Califato de Córdoba (929-1030)

El nuevo Emir Abd al-Rahman III, de 21 años de edad, debió enfrentar la desintegración en muchos poderes autónomos de al-Ándalus. El emir restableció el orden y la autoridad de los Omeyas, tras acabar con el problema más urgente, la sublevación de Omar ibn Hafsun, extendida por amplias zonas de Andalucía. La ocupación de la fortaleza de Bobastro (sierra de Málaga) en 928 supuso el final de la rebelión, mantenida por los hijos de Omar. Paralelamente fueron sometidos los señores locales semi-autónomos de Andalucía. En 929, Abd al-Rahman III (929-961) se proclamó califa, sucesor del profeta Mahoma y príncipe de los creyentes, lo que supuso la independencia religiosa de al-Ándalus con respecto al Califato Abasí. En los años siguientes impuso su autoridad sobre las marcas fronterizas, que desde el siglo IX se mantenían al margen de la autoridad central de Córdoba.

Las acciones de Abd al-Rahman III no se limitaron a extender su poder político sobre al-Ándalus. La debilidad del Estado había concedido un avance significativo de las fronteras de los reinos cristianos hacia el sur. En 920 derrotó en Valdejunquera a la coalición formada por el rey de León Ordoño II (914-924) y el de Navarra Sancho Garcés I (905-925). Pero en 939 fue vencido en Simancas por el rey de León Ramiro II (931-951). Pese a ello, el califa se convirtió en el árbitro de las disputas entre los cristianos. En el norte de África, Abd al-Rahman consiguió compensar el poder de los Fatimíes al conquistar Ceuta (927) y Melilla (931), ya que la pretensión fatimí de conquistar al-Ándalus fue uno de los principales motivos que impulsaron a Abd al-Rahman III a proclamarse califa.

Desde ese momento la soberanía andalusí se reconoció en el territorio situado al oeste de Argel. Abd al-Rahman III ejerció un poder absoluto, favorecido por una administración eficaz y un ejército vigoroso de mercenarios. Durante su reinado al-Ándalus disfrutó de una era de paz y prosperidad. Córdoba fue ampliada y enriquecida y se inició la construcción de la ciudad-palacio de Medinat al-Zahara al noreste de la capital (936). Su hijo, al-Hakam II (915-976), segundo Califa de Córdoba (961-976), conoció durante su reinado la época más brillante de al-Ándalus, al conjugarse la fortaleza militar, la prosperidad económica y el esplendor cultural y artístico. Al igual que su padre, al-Hakam II mantuvo una política de intervencionismo y arbitraje en los reinos cristianos, sin conflictos con éstos, no obstante los embajadores cristianos le rendían pleitesía al califa en Córdoba. En el norte de África, al-Hakam II se benefició de las rivalidades entre las tribus bereberes para mantener y agrandar su influencia en Marruecos. Al-Hakam II apreciaba profundamente las artes y las letras y procuró que la biblioteca califal fuera una de las mejores del mundo islámico, la cual llegó a contar con más de 400.000 libros. La paz reinante en al-Ándalus solo fue interrumpida por los ataques normandos contra Lisboa.