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Historia de médicos cántabros en el desarrollo de Hispanoamérica
 
 
En la América de habla hispana, con cerca de cinco siglos de vida colonial, han florecido numerosas figuras científicas en las diferentes disciplinas del saber, las artes y las humanidades. En las ciencias hay ejemplos en todas las áreas. Ello se debe a la pronta instauración de las Universidades americanas por obra de la Corona española, y por tanto, a la formación temprana de licenciados, siendo erróneo pensar en la América pretérita como una tierra t incultura. Haciendo referencia a los estudios de la cirugía, el Real Colegio de Cirugía de México de 1768 por orden de Carlos III, es en antigüedad similar al primero 1 de España en Cádiz, que data de 1784, siendo por tanto anterior incluso al Real Colegio de Madrid de 1781, y 4 años posterior al de Barcelona.
 
Al leer biografías de médicos de la América española, nos encontramos con numerosos protagonistas que, oriundos de España y formados inicialmente en su patria, y más tarde, a Europa, para completar sus estudios, y como contraposición, médicos que, licenciados en España, fueron a ejercer profesionalmente a algún país de la colonia española, o a América, dando lugar a esa transculturización (como la imprenta, los incunables) en la que insiste el doctor F. Guerra, intercambiando los conocimientos.
 
 
El indiano, figura entrañable de nuestra cultura en Cantabria
 
En el lenguaje coloquial, cuando nos referimos al indiano, estamos sobrentendiendo el que ha venido de las Indias occidentales y llega rico; pero no todos los casos ocurrieron así, sino que por el contrario, muchos de los que fueron a buscar fortuna, allí encontraron la muerte e enfermedades como el paludismo, o el vómito negro tan en boga entonces; otros, sencillamente hicieron dinero a fuerza de sacrificio; tesón y ahorro, siempre pensando con nostalgia en el regreso al terruño; De los que a través del Consulado tuvieron que pagarles el pasaje de regreso, o de los que acabaron en el asilo de ancianos en aquellas tierras allende los mares no se acuerda nadie.
 
Solamente algunos de entre los emigrantes volvieron realmente ricos.
 
La antigua emigración.
 
Cuando se habla de «indianos» nos viene a la imaginación y al recuerdo aquellos tiempos pretéritos de la emigración a las Américas. Precisamente Cantabria, como nuestros vecinos asturianos, gallegos o extremeños, serán prototipos de navegantes que surcaron los mares en busca de un destino imprevisible e incierto.
 
Muchachos, adolescentes aún, apenas salidos de la escuela pública, con las primeras letras y las cuatro reglas aritméticas, eran enviados a otras tierras como única salida para labrarse un porvenir y liberarse de la pobreza y de las sufridas tareas del campo.
 
Ya solamente el precio del pasaje de aquellas largas navegaciones atlánticas supondría un esfuerzo colectivo, que en ocasiones requería la solidaridad de todo el grupo familiar e incluso del pueblo.
 
Pocos serán los montañeses que no hayan tenido algún pariente que fuese a América o a las Filipinas. Preferentemente las Antillas, Venezuela, Argentina, Chile, México o la Península de La Florida, serían su lugar de destino, y aún hoy hay allí descendientes de aquellos emigrantes.
 
De los que la fortuna les sonrió suenan más fuertes en nuestra tierra algunos nombres como D. Antonio López, D. Manuel Manzanedo y D. Ramón Pelayo y de ellos podemos decir que algunos de los que antes fueron humildes labriegos, recibieron andando el tiempo como signo de distinción títulos nobiliarios.
 
De los indianos, de todos ellos cabe resaltar su ejemplar patriotismo por lo español, su amor por la tierra pequeña que les vio nacer, y en la medida de sus posibilidades, la generosidad de la que a su regreso hicieron gala. Los pueblos y lugares de nuestra tierra están llenos de obras, públicas y privadas, que ellos promocionaron.
 
Las casonas montañesas cercadas con mampostería con palmeras y magnolios, las escuelas, las iglesias, las fuentes, abrevaderos o puentes, sin olvidar las boleras, a la sombra de los plátanos o castaños de indias, fueron en buena medida obra del emigrante. Y si se busca un poco en los orígenes de fundaciones benéficas, banco comercios, empresas e industrias, obras atlánticas, hoteles o edificios públicos de la región, está detrás el dinero del indiano.
 
 
 
Durmiendo detrás del mostrador
 
Honradez y trabajo serías las dos condiciones básicas para que tuviese éxito el emigrante. Es conocido de todos como el muchacho del pueblo era a veces reclamado por un pariente o vecino que le incorporaba a sus negocios.
 
Trabajo de sol a sol, y ahorro de todo el jornal, salvo el «duro de. plata» que enviaba a sus padres o hermanos apenas ganado.
 
Honradez por encima, de cualquier avatar, que las cuentas cuadrasen en Caja al céntimo, y si faltaba algo, a ponerlo de su bolsillo antes de que pudiese haber la más mínima duda por parte del jefe. Gran capacidad de sacrificio, como corresponde a
 
Ejemplos de emigrantes durmiendo en el mismo local del negocio, o detrás del mostrador, y comiendo frugalmente, puede darnos una idea de la dureza del medio de trabajo en que se desenvolvieron.
Con todo ello, la fe en Dios y el recuerdo puesto allá en su España, pendientes
de la noticia o de la tardía carta portadora de quien sabe qué noticias, con la ilusión puesta en volver a su pueblo un día lejano, está plagada la pequeña historia local de nuestra Cantabria viajera.
 
Lo que se trajo del continente americano y lo que se llevó a él desde la vieja Europa, ha sido reiteradamente manifestado por el historiador Francisco Guerra y por supuesto que en esa balanza del debe y del haber hay cosas mucho más importante que el oro o la plata de los primeros momentos. En esa transculturación europea-americana los emigrantes fueron los portadores anónimos que ha, dado lugar a tantas naciones hermanas dentro de las que hoy se integran en el concepto de «hispanidad». De aquí se deduce sin duda que ese amor que sentimos por la América de habla española haga vibrar nuestros sentimientos más íntimos ante sus contingencias, problemas y alegrías, como propios.
 
De entre los indianos más humildes que salieron de nuestra tierra, quizá sea D. Ramón Pelayo de la Torriente uno de los más significativos. Representa el esfuerzo, la inteligencia, la habilidad en el comercio, y la suerte de la que también se vio colmado.
 
El octogenario que decía allá en su casa de Valdecilla que “nunca el sol le cogió en la cama sino en el trabajo”, hizo su fortuna en Cuba y supo más ‘tarde revertirla al pueblo a través del fomento de la cultura con la edificación de 31 escuelas públicas en Cantabria y por sufragar en gran parte los gastos de la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid, fue nombrado doctor honoris causa de la misma.
 
En segundo lugar, con la mitigación del dolor al fundar la Casa de Salud Valdecilla, dejando atrás un hospital provincial mucho más que centenario, y con ello la gran labor de exportar formación médica durante más de medio siglo a través los médicos que por toda España tienen colocado en su placa profesional el rótulo de «Ex-interno de Valdecilla», y sin poder olvidar la trascendencia de la Escuela de Enfermeras Profesionales.
 
Quizás éstas sean sus dos aportaciones más significativas aunque recordamos que también obras como las del Palacio de la Magdalena, o el mismo Hotel Real, fueron en parte sufragadas a su costa, así como la higienización de. Las Hurdes, o la Biblioteca Menéndez Pelayo.
 
A don Ramón Pelayo por su patriotismo y apoyo al Estado español cuando tambaleaba el imperio ultramar, se le concedió título de Marqués de Valdecilla en 1917. Grande de España y Gran Cruz de la Beneficencia, serán dos distinciones posteriores.
 
Su vida, novelesca si se quiere, es bien conocida, y hay bibliografía al respecto en publicaciones dedicadas a temas montañeses.
 
Pero hay un fenómeno singular importante, como es el de la incorporación a la Universidad americana de jóvenes emigrantes españoles, a los que llamamos «indianos» o hijos de criollos, que no podrían haber alcanzado dicho rango científicos en su país de origen, o sea, la metrópolis española.
 
Alguno de los médicos a que los hacemos hoy referencia, se tratan de jóvenes de Cantabria que, apenas con las primeras letras, fueron reclamados por parientes establecidos en «Las Indias», y que inicialmente desempeñaron trabajos como dependientes de comercio.
 
La Fundación «Doctor Velasco» un ejemplo vivo en Laredo
 
 
El doctor Federico Velasco Barañano (1859-1921) nació en Laredo. y, como otros tantos jóvenes de su época, vivió la aventura americana.
 
A los 13 años, con la preparación que le dio la escuela pública de la villa, emigró a la ciudad de Montevideo (Uruguay), junto a su hermano Aquilino quien, dedicado al comercio, se estableció posteriormente en Cuba.
 
Igual es el caso de los Gutiérrez de Soba, que fueron a Buenos Aires, o Argumosa Bezanilla, que fue a Cuba, donde se les ofrecían plazas de trabajo, generalmente en el comercio, como dependientes. Luego ellos con su esfuerzo y tesón llegaron a ser médicos distinguidos.
 
El doctor Velasco estudió Bachillerato e idiomas en los cursos nocturnos, y, más tarde, Medicina en Montevideo, donde estaba establecida una colonia pejina llamada la Perla de la A------------, de la que formaba parte Diego Baraflano, que se dedicaba a la agricultura, siendo considerado un alumno brillante.
 
Ejerció con éxito la medicina y la cirugía en su consultorio de la calle 25 de Mayo, y es recordado como uno de los cirujanos más cualificados del Cuerpo médico de Uruguay.
 
El doctor Des-Ciseaux, en 1898, cuando Velasco tiene 39 años, dice de él que la gran habilidad quirúrgica y sus profundos conocimientos de anatomía son el secreto de su éxito. Le describe como pequeño de estatura, de mirada inquieta y penetrante y de carácter severo cuando ejecuta una de sus operaciones, considerándole el primer bisturí de Uruguay.
 
Otro colega suyo, el profesor Pedro E., 1840-1912, catedrático de Patología Médica y decano en Motevideo, le denomina «nuestro Maisonneuve o Massoneau», haciendo referencia a un médico francés de mitad del siglo XVII-XVIII, figura destacada de la cirugía y medicina del Perú, donde ejerció como médico del virrey, y autor del libro «Cirugía natural» (Madrid, 1722) y del que F. Guerra dice «es una obra interesante por sus datos americanos».
 
Por su parte, el arquitecto Miguel Angel Montes nos recuerda cómo el doctor Velasco debe incorporarse a la galería de científicos cántabros.
 
La personalidad del doctor Ve lasco se completa como hombre amante de las ciencias y las artes y aficionado a la caza, la cual practicó. Viajero incansable, en sus vacaciones conoció prácticamente toda Europa.
 
 
 
 
 
Los hermanos Velasco, de Laredo, realizaron una Importante fundación en su villa natal
 
Al igual que otros indianos montañeses a los que sonrió la fortuna, el Dr. Velasco contó con bienes económicos suficientes que le permitieron vivir holgadamente, tanto a él como a su familia, y decide construir una escuela en 1911 - al igual que hiciera don R Pelayo, Marqués de Valdecilla, o el doctor Madrazo - , donando la importante suma de sesenta mil pesos de oro para realizar en Laredo un centro destinado a la enseñanza gratuita de materias primas y otras de Mercantil, Geografía, Aritmética y Cálculo, así como Economía Política y Derecho Administrativo o Música. Todo ello en clases diurnas o nocturnas, para aquellos que trabajan. Este colegio fue autorizado oficialmente por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de España (R. O. 7-XIl-l9l7).
 
La obra, realizada en la Villa de Laredo, calle del Muelle o de López Seña, conocida corno Colegio del «Doctor Velasco», la describe don Federico de la Lastra Mendizábal, abogado amigo de la familia, como «bella y suntuosa». Se trata de una casa de tres alturas, con patio, frontón y terreno para cultivo, cerrada toda ella por muros, y que tiene acceso por una escalinata y verja situada al Sur, todo ello de acuerdo a un proyecto arquitectónico elaborado en Montevideo.
 
Para su mantenimiento futuro, el doctor Velasco compró títulos de la deuda perpetua interior del Estado. Esta obra contó también inicialmente con la aportación económica de don Francisco, hermano del doctor Velasco, que legó sus bienes a su fallecimiento.
 
De entre las mandas que dejó el doctor Velasco en los estatutos de la Fundación, son primordialmente las que se refieren a la instrucción gratuita para los jóvenes y su culturización, y transcribimos anecdóticamente el artículo 49:
 
Jamás se tratará de política, partidos ni elecciones para cargos públicos. Queda absolutamente prohibido hablar en el recinto de la institución de estos asuntos y cuanto con ellos directa o indirectamente se relacione.
 
El doctor Velasco cuenta con sesenta y dos años cuando fallece, en el verano de 1921, en el balneario de Vichy (Francia) y sus restos reposan en el cementerio de Laredo (Cantabria). En su lápida figura la siguiente leyenda: Federico Velasco Barañano, hijo predilecto de Laredo. Cursó y ejerció con singular brillo su carrera de médico cirujano en Montevideo, Uruguay (el 24 de julio de 1921). Aún perdura en Laredo su herencia culturizante.
 
Otros compañeros médicos del Uruguay, también emigrantes de origen español, de la época del doctor Velasco son, el doctor Constancio Cotelles Cumella (n. 1887), médico cirujano de Barcelona, y el doctor Francisco Suñer y Capdevila (n. 1842, Rosas, falleció a los 74 años), licenciado en Medicina por Barcelona y que ejerció en Montevideo desde 1874. Don Antonio Serratosa (1843-1909), médico cirujano, “patriarca de los españoles del Uruguay”, nació en Montilla (Andalucía) y se Licenció en Medicina por Cádiz, llegando a ser profesor de Patología General y Vicedecano de la Facultad de Montevideo.
 
Gallego, de Padrón, fue Manuel Rodríguez Castromá (n. 1862) que emigró a los nueve años y llegó a ser un distinguido ginecólogo. Coruñés fue don Ramón S. Vázquez (n. 1.886 en Santa María de Serantes) el cual emigró de niño, llegando a alcanzar el cargo de director técnico del Hospital Sanatorio Español.
 
También don Vicente Cabrera y Pérez, canario, licenciado por el Colegio de San Carlos (Universidad de Madrid) en 1888, casó con una uruguaya y ejerció en Montevideo desde 1891.
 
 
 
El Doctor Federico Velasco Barañano, ejemplo de indiano que alcanza un puesto distinguido en el país que le acoge y con tesón realiza la carrera de Medicina, llegando a ser uno de los médicos más ilustres de Montevideo.
 
 
 
 
 
 
 
AVELINO GUTIÉRREZ, GRAN CIRUJANO
 
 
 
Los hermanos Avelino (1864-1946) y Angel Gutiérrez, oriundos de San Pedro de Soba, tuvieron su destino en Argentina donde estudiaron Medicina, llegando a ser el primero una relevante figura en la enseñanza de la anatomía humana, como catedrático en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, y fundador del Instituto Politécnico de Protección al Inmigrante Español.
 
 
 
 
 
 
Dr. Avelino Gutiérrez, en busto de mármol de carrara, obra del escultor Blay, que pertenece al Ateneo de Santander por donación de su familia
 
 
 
 
 
Otro joven emigrante —este cántabro— que ejerció Medicina en la Isla de Cuba fue José Argumosa Bezanilla (1830-1881), nacido en Puente San Miguel, llegó a ser jefe de la sala de cirugía del Hospital Militar. Ejerció primeramente en Vuelta Abajo y más tarde en La Habana. A él se debe la fundación de la Casa de Socorro en Cuba.
 
La plaza de catedrático por oposición de la Facultad de Medicina de La Habana la desempeñó Juan Manuel Sánchez Bustamante (1818-1882) nacido en Helguera (Cantabria), del cual se recuerda (médicos políticos, 190, 1975. F. Guerra) la anécdota de la defensa que hizo en 1871 de sus alumnos cuando fue profanada una tumba en La Habana por razones políticas, en un momento del régimen dictatorial, corriendo el peligro algunos de ellos de ser fusilados.
 
Hijo de emigrantes, nació en Cuba don Francisco Díaz González (1913-1975), estando sus raíces en el pueblo montañés de Carmona. Vino a estudiar Medicina a España, llegando a alcanzar la cátedra de patología general de Madrid, es considerado uno de los pioneros del estudio de a Medicina del Trabajo como especialidad a través de los cursos de Medicina de Empresa (Bilbao 1959).
 
 
DIÁSPORA Y EXILIO – 1939
 
Capitulo aparte merecen los españoles pertenecientes a la diáspora de 1936 que pusieron su vista en el continente americano como destino para reiniciar una nueva vida, impuesta por los avatares de la historia.
 
Así, Wenceslado López Albo (M. 1889) de Santoña, psiquiatra, primer director de la Casa de Salud Valdecilla, fijó su residencia en México D. F., donde ejerció su profesión en el Sanatorio Español. Allí, años más tarde, tutelaría al doctor Sixto Obrador (1919-1978), también santanderino, y pionero de la neurocirugía en España.
 
Nacido en Torrelavega en 1916, Francisco Guerra, primeramente trabajó en Londres y Yale (USA), pasando a México D. F., como profesor de Farmacología e Historia de la Medicina hasta su cercana incorporación como catedrático en la Universidad de Alcalá de Henares.
 
La especialidad de pediatría la ejerció en México D. F., desde 1936, el santanderino doctor don Juan José de la Lastra (1901-1984) hasta su reciente desaparición EN 1984, siendo figura distinguida del Sanatorio Español y del Hospital Infantil en esa capital.
 
Estos ejemplos de médicos circunscritos tan sólo a Cantabria, serían muy numerosos si nos refiriésemos a todo el país. Pertenecen al ayer de unos jóvenes pueblos que acogieron a emigrantes con una misma raíz lingüística y estrechas relaciones étnicas.
 
Los Hospitales Coloniales
 
EL ámbito de la historia de la medicina española ha sido muy ampliamente incrementado con la aportación novedosa del último trabajo del profesor Francisco Guerra. En efecto, el conocimiento del autor del mundo americano de raíz española ya le valió de argumento a su anteúltima obra «La medicina precolombina», edición profusamente ilustrada, y apadrinada por el Instituto de Cooperación Iberoamericana del V Centenario, donde refiere aspectos inéditos de la vida, costumbres y conocimientos médicos de los indígenas americanos antes del descubrimiento de América, y por tanto, antes de ser influenciados por lo que más tarde seria la colonización.
 
Ahora da a luz Francisco Guerra una magna obra que engrandece enormemente lo que fue la labor asistencial médica de los españoles en la colonización del continente americano a través de un estudio pormenorizado y exhaustivo de los hospitales fundados por los españoles en América. La obra está estructurada en 21 capítulos, de los cuales, los 17 primeros dedica el autor a los países de la América de habla española, incluyendo antiguas zonas de raíz hispana, como California o La Florida, pertenecientes hoy en día a Estados Unidos. Al tema de los hospitales en Filipinas y sus áreas de influencia, China y Japón, le dedica el autor tres capítulos, recordando, cuando no dejándonos sorprendidos, lo que supuso la aportación generosa y universal de los españoles a lo largo de 400 años de evangelización, difusión de la cultura y cuidado médico de los pueblos colonizados.
 
La medicina española con esta privilegiada aportación del Dr. Francisco Guerra, abre los horizontes de lo que España hizo y representó en la práctica asistencial hospitalaria, lo cual no tiene parangón con ningún país. Esta obra de los hospitales en América, amplía el conocimiento de los hechos fundacionales hospitalarios y engrandece espectacularmente un ámbito del mundo hispano que durante largos años ha pasado en el olvido. Las órdenes religiosas, como la de San Juan de Dios —quizás la más representativa—, la Orden Betlemítica, los Hipólitos, y la de San Antonio Abad, e instituciones más tardías, como la de las Hijas de la Caridad, y la de las Siervas de María quedan dignamente reflejadas en una tarea hospitalaria singular.
 
Del censo de mil ciento noventa y seis hospitales de Hispanoamérica y Filipinas, es precisamente en México donde se levan ó el mayor número de ellos, con 318. L siguen Cuba con 261, y en las diferentes islas del archipiélago filipino, con 103 hospitales. Se sobreentiende el término de hospital como una denominación genérica que engloba, hospitales propiamente dichos, así como casas de recogidos, leproserías, orfelinatos, hospitales de peregrinos, maternidades, etc...
 
Cuando se lee la nómina de tantos hospitales que iban sembrando los españoles a medida que progresaba la colonización, llama la atención, cómo la mayor parte de ellos tienen nombre de santos, bajo cuya advocación estaban. Otros como hospitales reales u hospitales generales, y otros como hospitales militares. En la observación de la amplia iconografía que se presenta, queda el lector doblemente impresionado, de una parte, por la belleza y dignidad de algunos de los edificios como buen ejemplo de arquitectura colonial, y de otra, antagónica, por lo deteriorado de la mayor parte de ellos, que han quedado reducidos en un buen número de casos, a ruinas y que hace doblemente meritoria esta obra que ahora ha visto la luz, al poder preservar para la historia el recuerdo de lo que en su día fue un hospital colonial.
 
A partir de las dos últimas obras del Dr. Francisco Guerra La medicina precolombina (1990), y en especial esta última de reciente aparición El hospital en Hispanoamérica y Filipinas (1492- 1898), hace que la medicina española cobre en su historia una nueva dimensión, que nunca debió haber dejado de tener.
 
El Ministerio de Sanidad y Consumo, al publicar este libro de 662 páginas, sin escatimar ningún medio para optimizar una buena presencia, con inclusión de numerosos grabados, fotos, planos y esquemas, se ha apuntado un magnífico tanto, que dignifica por igual al editor, al autor y a la medicina española.